¡Mira qué hijo me ha salido!
El Pais Semanal. 26/04/2015. Jenny Moix Queraltó.
- Si se aspira a una buena relación a los hijos
hay que aceptarlos, no tratar de cambiarlos
- La primera lección para los padres es que es imposible
controlar todo lo que hacen
Años atrás, María arrastraba un
sentimiento de culpa. Las notas de su hijo eran pésimas, tanto que el chico
acabó dejando los estudios. Agarró la guitarra, compró un vuelo a Londres y
allí se dedicó a tocar en el metro. “No sé qué he hecho mal”, era una de las
frases que repetía reiteradamente. Hace unos días me la encontré radiante. Me
contó que su hijo finalmente había retomado los estudios y que sus
calificaciones eran tan brillantes que incluso había conseguido una beca. Y
añadió: “Al final resulta que no he sido tan mala madre”. El nombre es falso,
el caso, verídico, y el fondo resulta representativo del sentimiento de muchos
padres.
ellos crecen de forma diferente
Si se
disecciona esta anécdota, se Si
se disecciona esta anécdota, se descubre que una de las premisas de las que
partía esa madre era que continuar con los estudios era bueno, y tocar la
guitarra, malo. Nuestra mente dicotómica funciona así, juzgándolo todo y
poniéndolo en dos únicas estanterías: la blanca o la negra. Pero si se va más
allá de la programación social y con honestidad nos planteamos si como padres
sabemos con total seguridad dónde pueden encontrar nuestros hijos la felicidad.
¿Tenemos la respuesta?
Otra de las premisas de las que partía María es que
los resultados determinan si se es buen o mal padre y que estos dependen
exclusivamente de nosotros y no de la actitud y aptitudes de los propios hijos.
En nuestros días es fácil sentirse culpable por una
cosa u otra. Podemos elegir entre un amplio menú. Si el objeto de la carga son
los hijos, existe a nuestra disposición una inmensidad de libros de
instrucciones que asesoran sobre cómo educarlos. Vivimos en un mundo donde se
vende la ilusión de que todo puede controlarse, donde cualquier cosa debe
bailar al son que se quiera marcar. Por este motivo tenemos más tendencia a
querer dominar las cosas que a aceptarlas. Nos inclinamos demasiado hacia el
control. La aceptación parece que se ha quedado anticuada, y sin embargo suele
ser el primer paso para el cambio. Como padres hay tres grandes puntos que se
deben interiorizar:
Reconocer el
peso de los genes.Son muchas las investigaciones en las que se
estudian gemelos univitelinos que han sido adoptados por distintas familias. En
ocasiones, incluso por familias que viven en distintos continentes. Dos
individuos con los mismos genes y con una educación diferente. Si el
comportamiento fuera solo resultado de la educación, deberían encontrarse más
diferencias que similitudes entre ellos, pero no es así. Las semejanzas son
enormes. Sus capacidades y características psicológicas se parecen muchísimo
más entre ellos que entre hermanos no gemelos educados por los mismos padres.
De hecho, no hacen falta muchos estudios para comprobar sin gran dificultad
que, aunque se eduque igual a varios hijos, ellos crecen de forma diferente.
Si aceptamos
que los hijos no son hojas en blanco en las que se pueda escribir, quizá
dejemos de darnos golpes contra la pared. Nuestras expectativas no nos dejan
asumir la realidad. Si queremos que nuestro hijo sea ingeniero, pero es un
fracaso en Matemáticas porque lo que le gusta es la pintura, lo tendremos
difícil para que lo consiga. Aun en el caso de que alcance el título esperado
después de mucho esfuerzo y sacrificio…, ¿significa que será feliz? Los
consultorios de los psicólogos están llenos de personas que han seguido el
camino que les han marcado sus progenitores en contra de sus propios deseos y,
lo que es peor, de sus habilidades.
Gregorio
Luri, filósofo y autor de Mejor educados (Ariel), afirma que la paternidad
contemporánea está muy neurotizada. Sus palabras lo muestran con claridad:
“Creo que mis padres y los de la gente de mi generación sabían que nunca eres
responsable al cien por cien de lo que hace tu hijo, y esa lección básica la
han olvidado los padres de hoy. Los progenitores antiguos dirían: ‘¡Mira qué
hijo me ha salido!’; uno de hoy se preguntaría qué ha hecho mal. Hay muchos
elementos que no controlamos, y eso a los padres de antes los tranquilizaba,
pero a nosotros nos angustia”.
Admitir que sabemos poco. Parece que todos tengamos que tener algún tipo
de trauma infantil y que este sea la causa de todas las patologías psicológicas
que se presentan en la edad adulta. Con esta idea no extraña que los padres
sientan una hiperresponsabilidad: tienen en sus manos algo extremadamente
delicado que a la mínima se puede golpear y quedar marcado.
Martin
Seligman, el padre de la psicología positiva, revisó multitud de estudios donde
se investigaba el hipotético efecto que pueden tener los sucesos negativos de
la infancia en la edad adulta. Sus conclusiones fueron que no gobiernan forzosamente
los problemas adultos. Seligman colocó al trauma en su sitio. Muy ligado a este
hecho viaja el concepto de que una prole sana debe criarse en la típica familia
convencional. En un estudio coordinado por Enrique Arranz (Universidad del País
Vasco) y Alfredo Oliva (Universidad de Sevilla) se compararon seis tipos de
estructuras familiares (tradicional, monoparental, reconstituida, homoparental,
múltiple y adoptiva). Concretamente se estudió el ajuste psicológico de los
niños. No se encontraron diferencias. La familia ideal no existe.
Palabras del
profesor de Albert Einstein: “Este niño no llegará a ningún sitio”. La
profesora de Thomas Edison dijo: “Es un chico confuso, inestable y embrollón”.
El maestro de Charles Darwin afirmó: “Se encuentra por debajo de los estándares
de inteligencia. Es una desgracia para la familia”.
gobiernan forzosamente los problemas adultos
A simple
vista parecen ejemplos balsámicos para padres de niños no brillantes (la gran
mayoría); pero esta sería una conclusión engañosa porque ser Darwin, Edison o
Einstein no garantiza ser feliz, que es lo que la mayoría de padres desea para
sus retoños. La idea más luminosa que se encuentra enterrada en estas anécdotas
es que cualquier tipo de predicción que hagamos suele ser infantil porque no
sabemos nada, ni de estructuras familiares idóneas, ni de traumas infantiles,
ni de nada. Ser padres humildes es la salida más inteligente.
Aceptar la
naturaleza humana. No es que no
podamos controlar a nuestros hijos, es que ni siquiera somos capaces de
controlar nuestros propios pensamientos. La mente no está quieta. No cavilamos
lo que queremos, sino que los pensamientos surgen solos y van saltando de aquí
para allá. Por ese motivo la mente errante también recibe el nombre de “mente
del mono”. Nuestro hijo se presenta con tres asignaturas suspendidas y el mono
empieza a saltar de rama en rama y terminamos visualizando que de mayor tendrá
que mendigar por las calles.
Ese mono puede traer pensamientos
realmente oscuros. Llegamos a casa cansados y vemos que los niños lo han puesto
todo patas arriba, no han hecho sus deberes, no han seguido nuestras
instrucciones, encima nos enteramos de que uno de ellos ha cometido una
gamberrada que nos parece apoteósica, y entonces dudamos de si los queremos,
quizá hubiéramos sido más felices sin ellos, cogeríamos una maleta y nos
iríamos a un país muy, muy lejano. Y dos horas más tarde aparece la culpa por
haber pensado algo tan perverso. Pero no lo hemos pensado nosotros, ¡ha sido el
mono! Que salta sin ton ni son de rama en rama sin tener en cuenta nuestros
verdaderos sentimientos. La naturaleza humana es así, con mono incorporado. Por
eso somos contradictorios, ambivalentes, inseguros, irracionales. No podemos
pretender ser otra cosa. Lo paradójico es que cuanto más aceptamos esa
naturaleza, menos nos hace sufrir. Nosotros no somos los únicos que tenemos un
mono, ¡nuestro hijo también! Así que debemos aceptar al nuestro y al suyo.
Asumir la
naturaleza humana y ser humildes es la manera de navegar con menos sufrimiento
por nuestras dudas, miedos e inseguridades como padres. No existe el manual del
padre perfecto. Así que, si queremos ser así, ya nos hemos equivocado .
No hay comentarios:
Publicar un comentario